Cap. 9 - La caída de Limbhad (desempolvando viejos borradores del blog)

Gabriel suspiró una vez llegó a la entrada de Limbhad. A la inesperada separación de Ruth, se había unido que contra todo pronóstico la gasolina de la moto se había acabado a medio camino del refugio, dejándolo tirado sin más compañía que la de los muertos vivientes que merodeaban las oscuras calles. Pese a todo, él se las había apañado para salir con vida del disgusto.

Nada aquella noche cuadraba en los cuidadosos planes del joven, que controlaba al detalle la cantidad de carburante de la que disponía antes de cada incursión al supermercado. 

<<Primero el novio... luego una comunidad de supervivientes salida de la nada y ahora la moto. ¿Tanto me he descuidado estos meses con Ruth?>> se preguntaba el chico de ojos pardos. 

Gabriel se encontraba inmerso en sus preocupaciones cuando un reflejo centelleó en el balcón por el que se accedía al interior del refugio.


<<Imposible>> fue lo primero que pensó mientras guardaba la moto en el garaje donde ocultaba un par de bidones de gasolina para emergencias. Durante la pandemia, aquel bloque al que con cariño había bautizado como Limbhad había sido su hogar y una fortaleza a prueba de visitas indeseadas.

Gabriel comenzó su sigilosa escalada al refugio a través de las cornisas por las que acostumbraba a salir y entrar. Aquella era la única manera de acceder a Limbhad, pues él mismo se había asegurado de reconvertir el abandonado edificio en una inexpugnable madriguera. <<Calma, no hay manera de que ningún zombie haya podido...>> Los pensamientos de Gabriel se congelaron al alcanzar la plaga de zombies que ahora ocupaba la azotea de Limbhad.


Los minutos siguientes fueron un verdadero infierno. Gabriel corrió de una esquina a otra de la azotea mientras esquivaba las embestidas de los muertos, intentando sin éxito alcanzar la zona interior del refugio en la que guardaba armas que le valdrían más que el ensangrentado bate con el que se defendía, pero no encontraba la manera. Hordas de zombies marchaban contra él. Aunque a duras penas podía reventar las malogradas cabezas de sus atacantes, el crujir de los cráneos no hacía más que atraer más y más muertos sedientos. Gabriel había luchado en incontables ocasiones, pero nunca de aquella manera, nunca tan superado en número y sorprendido en su propia casa. No tenía tiempo de pensar, Limbhad ya no era seguro, debía salir de allí lo antes posible.

Cuando alcanzó las escaleras metálicas por las que se salía de la azotea, una ennegrecida mano fría agarró el pantalón ensangrentado de Gabriel. <<¿Por qué... por qué corro tan lento ahora?>> su mirada se había tornado borrosa desde hace rato. Reparó entonces en la niña zombie que desde entre los escalones se aferraba a su pierna izquierda, la pequeña había hundido sus dientes a la altura del talón de Gabriel, lo que le hizo caer irremediablemente escaleras abajo hasta llegar nuevamente al suelo de la azotea. La piel del joven se erizó cuando sus ojos castaños se cruzaron con las cuencas grises y mortecinas de la niña, que pese a la caída, seguía apresándole. A su incómoda vista borrosa, se añadió de repente el insoportable frío que hacía en lo alto de la azotea. <<¿Dónde está el sol?>> Gabriel miró al cielo de mediodía, pero sin importar en qué dirección observase, no alcanzaba a encontrar el astro rey en el firmamento. En su delirio miraba hacia todas partes mientras golpeaba a la niña que cada vez clavaba con más fuerza su mandíbula en él 

- ¡Por qué..! - pronunció, pero la voz se le quebró en el momento en que otro zombie le mordió en el cuello.

Cuando acorralaron a Gabriel, los mordiscos en torno a su piel morena se sucedieron. La figura del joven desaparecía cada vez más entre la aglomeración de cuerpos que sobre él se cernían. La sangre tiñó de carmesí el suelo donde la mano inerte del joven había dejado caer el abollado bate de madera que hasta aquel fatídico momento le había separado de su muerte.