Cap. 2 La Huida

Sain ya estaba muy lejos de donde todo había ocurrido.
Puede que fuese cierto que aquel demonio se encontraba unido a él en cuerpo; al fin y al cabo, esa noche había recorrido más distancia de la cualquier humano normal hubiese podido soportar.
Sacudió la cabeza instintivamente tras ese razonamiento. La idea de estar unido con un demonio le repugnaba, sería echar por tierra sus ideales. - Sería traicionar todo lo que juré al encomendarme para protegerla... -
Hundió sus sentidos en el impasible cielo azul.
- Me pregunto que habrá sido de ella. Espero que no les alcanzasen... -
Con las secuelas de toda una noche huyendo, el chico divisa lo que parecía una zona poblada y decide ir en busca de un sitio donde descansar.
Para cuando el semihumano alcanzó la empalizada que recubría el pueblo debía ser mediodía. Estaba deseoso de poder descansar como es debido, más tarde arreglaría el asunto del demonio. - También debo reorganizarme e ir en busca de mi señora - pensó
Mientras debatía consigo mismo pasó por el vigilado portón de madera. Avanzó en busca de alguna posada, ante las furtivas miradas de los centinelas.
- ¿Quieres algo? - preguntó el encargado
- Me gustaría conseguir una habitación -
La respuesta pareció desconcertar al anciano - ¿De verdad piensas quedarte en este sitio? -
Sain miró a su alrededor, la posada no estaba tan mal después de todo. No supo a qué vino esa contestación.
- Si eso me permitiese descansar... - 
- Para una vez que viene alguien... son siete monedas de oro - 
- ¡¿Siete monedas de oro?!, ¡eso es una estafa! -
- Si no te gusta, prueba buscando otra posada - gruñó el hombre
Con resignación le entrega las monedas al hombre, que conduce al espadachín a través de un estrecho pasillo. La madera crujía tras cada paso del chico.
- ¿Podría comer algo? - intervino cuando ya se iba el posadero
Éste soltó una carcajada y se volvió para mirarle con las pobladas cejas arqueadas.
- Me parece que no estás al corriente de la situación - observó a aquel muchacho con tristeza - Te traeré algo... ¡Considérate afortunado! - dijo antes de desaparecer por el pasillo
Una vez dentro de la habitación, Sain se lleva las manos a sus desordenados mechones de pelo y hunde el rostro en sus brazos. De su mirada escapaba una palabra que se prohibía pronunciar.
- Ojalá esté a salvo... -

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