Cap. 3 Megara

Megara... cuando nos conocimos a penas teníamos seis años, al principio era una más, nada la hacía especial excepto su pelo celeste reluciente .
Crecimos juntos y a la vez distantes. A mi se me educó como al resto de los hombres en el arte de la esgrima y competición, mientras que a ella en el arte de sanar por medio de la energía, como curandera.
Mi torpeza siempre me impidió mostrarle mis sentimientos. Después de todo, ella era agradable conmigo, pero no más que con cualquier otro.
Hasta que fue demasiado tarde.
Kent, un mago unos dos años mayor que yo se hizo con el amor de Megara.
Al principio sentí rabia, no podía dejar que otro se me adelantase. Le odié, pero pronto comprendí que no había nada que hacer.
Megara era la mujer más feliz del mundo. Kent era para ella la persona con la que siempre querría estar. Esto en cambio no la hizo dejar de lado el mundo, ella continuó siendo la misma, pero más feliz que nunca.
Yo me limité a observarla y me convencí a mi mismo de que Kent la protegería y le daría todo lo que ella necesitase. Dejé de odiar a Kent.
Empecé en cambio a sentir celos de la relación de Megara con mi mejor amigo, Sejío.
Sejío era amigo mío desde pequeños, era una persona simple y bondadosa. Solía meter la pata, pero se parecía en algo a Megara, caía bien a la gente, aunque en mi opinión se aprovechaban de él.
Megara se fijó en su bondad y simplicidad y se convirtieron en dos grandes amigos.
Llegado a un punto, decidí actuar como lo hacía Sejío. Fue así como mis lazos con Megara se estrecharon.
Creo que desde entonces maduré, ya no sentía celos si Megara besaba a Kent o abrazaba a Sejío, me bastaba con que me saludase con una sonrisa todos los días.
Mi monótona situación me hacía feliz. Si algún día estaba de malhumor, Megara conseguía que me olvidase de él. Era verdaderamente especial, única diría yo.
El resto de mujeres nunca me llamaron la atención... hasta el punto de que si me sinceraba con algún amigo, se mofaba de mí, pero yo no me enfadaba, sabía que ella seguiría siendo la misma.
La misma chica de sonrisa cálida y ojos claros que con el tiempo fue mi mejor amiga y confesora.
Puede que ya no sienta lo mismo, pero le debo mucho más de lo que ella jamás llegará a reconocer. Por eso, no permitiré que jamás se infravalore, que se hunda, que espere menos de lo que se merece. Porque más allá de cualquier otra cosa es mi amiga, mi amiga de caida del cielo.

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