La vara resbaló de los dedos de Gabriel. Al golpear las baldosas de mármol, una resonancia metálica inundó la catedral. La luz del atardecer colándose entre las vidrieras iluminaba los cadáveres de todo hombre, mujer y niño que hubiese estado presente cuando el muchacho entró en el templo.
Los ojos pardos del chico estaban fijos en la mujer que yacía muerta metros más adelante. Había caído de lado y la sangre le brotaba del cuello manchando de rojo su melena. Tras ella, el ser que la había asesinado delante de Gabriel y que le contemplaba con rostro mortecino y sonriente. Las ojeras de aquel ser, las salpicaduras de sangre en sus dientes y alguna que otra calva en el cuero cabelludo eran suficiente para erizar la piel: un zombie. La mujer muerta había sido hasta entonces la novia de Gabriel, ambos escapaban de los zombies cuando aquel ser se abalanzó sobre ellos. Entonces aquel zombie había hundido sus dientes en ella.
- ¡Te voy a matar hijo de puta! - las lágrimas del chico se derramaban en su carga contra el monstruo.
El primer puñetazo de Gabriel contenía tal rabia que desencajó la mandíbula al tipo. Ambos se desplomaron sobre uno de los bancos de madera. Gabriel notó como se le calvaron un par de astillas, pero tenía tanto odio en ese momento que apenas notaba el dolor. Le golpeó una, dos, tres veces. Gabriel atacaba con las manos desnudas y toda su rabia, pero la fuerza del monstruo era muy superior a la de cualquier ser humano. Una patada en la boca del estómago del chico lanzó a Gabriel por los aires. Rodó sobre la superficie hasta chocar con uno de los enormes pilares de la catedral en la que estaban. La vista del chico se nubló, pero a duras penas pudo observar como el no muerto se llevaba la mano al trozo de mandíbula que le colgaba y se la recompuso. <<¿Cómo voy a cargarme esta cosa>> Pensó.
La mirada del chico estaba totalmente empañada por culpa de la sangre derramada en el mármol. No sabría decir si era sangre suya o de aquel ser, pero lo cierto es que apenas si percibía teñido de carmín lo que tenía ante él. Su única visión era la de un enorme bulto gris abalanzándose sobre él. Lo vio saltar y quiso esquivarlo, pero antes de poder hacer nada sintió un dolor frío cuando la mano del ser le perforó el vientre. Tras un ahogado grito de dolor, se aferró a lo primero que encontró y empaló al sujeto con él. Aprovecho ese momento para aprisionar la cabeza del zombi y golpearla contra el mármol una y otra vez.
El craneo del monstruo crujió y al instante dejo de moverse, pero no lo hizo Gabriel. Cada crujido era música para sus oídos: tras ver morir a su novia delante de sus ojos sin poder hacer nada, Gabriel había perdido toda su racionalidad. Ahora tan sólo reía y golpeaba, reía y golpeaba. Ni siquiera se detuvo cuando sintió una sensación de picor en todo el cuerpo, ni cuando notó que la sangre le ardía en las venas. Sólo una vez la herida del estómago le impidió continuar, cedió al agotamiento y se dispuso a morir. El corazón se le paró y Gabriel quedó allí tendido. Al cabo del rato el chico apartó el cadaver del zombi y se levantó. Comenzó a andar con la mano en donde tenía la herida del costado, pero entonces se dio cuenta de que no conservaba herida ninguna. Cuando Gabriel salió de la catedral era consciente de que de algún modo la vida ya le había abandonado.

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