Las lágrimas de Ruth manaban rostro abajo. Hacía seis meses del principio del fin. “Se trata de una degeneración mental grave, actualmente en tratamiento. Tenemos la situación bajo control”. Nadie les había explicado en qué consistía la degeneración, cuales eran sus síntomas, ni siquiera cómo contraerla. Pero desde aquel anuncio la policía había tomado la calle. Con la incorporación de las fuerzas armadas, quedó instaurado el toque de queda. Internet, hoy día privilegio de muy pocos, hablaba de la mayor catástrofe jamás vivida en la historia del planeta: zombis. El lenguaje de la red era siniestro, pero no dejaba lugar a secretismos. Por entonces tan sólo un par de “subnormales” daban crédito a aquellas noticias. El día antes de que el gobierno ilegalizase todo canal de televisión ajeno a la dirección estatal, la prensa anunciaba el cierre internacional de fronteras. A los dos meses del inicio de la plaga la primera cabeza nuclear fue lanzada. El día en el que el pueblo se rebeló contra las fuerzas militares, las cifras de fallecidos dejaron de contarse. Al cuarto mes dejaron de emitirse boletines oficiales. De algún modo, Ruth había logrado sobrellevar todos estos acontecimientos... hasta hoy. -->
La adolescente había despertado al grito de zombis en la urbanización. Cuando la puerta del piso se hubo abierto, sus padres le obligaron a salir del edificio junto a su hermano pequeño.
- Ale, ¿qué estamos haciendo? - el grito de su madre aún sacudía la mente de la chiquilla
- ¡Cállate!, ¡no quiero que me maten por tu culpa! -
Ambos hermanos se las ingeniaban para bajar las escaleras de emergencia hasta llegar a la planta diáfana. A través del resquicio de la puerta, los ojos castaños del joven escrutaban cada uno de aquellos seres. Se trataba en su mayoría de caras conocidas, ahora pálidas y descompuestas. Al reconocer a su mejor amigo comenzó a vomitar.
- ¡Ale!, ¿qué es lo que...? - las palabras quedaron sueltas cuando un par de ojos blancos emergieron tras la puerta.
Petrificada, Ruth fue testigo de cómo aquel ser atacaba a su hermano hasta hacerle sangrar. Alejandro aullaba de dolor y golpeaba con ansiosa demencia a su agresor. Movida por el instinto más que por la razón, también ella arremetió contra el ser, que resbala con un extintor caído durante el forcejeo.
- ¡Ah! - una mano ennegrecida aprisionaba a la chica por el tobillo - ¡Por favor, déjame! -
Sacrificando una de sus converse rojas, logró escabullirse. Cerró la puerta tan pronto como pudo. La respiración entrecortada, las lágrimas y la sangre del sujeto sobre su piel la retenían en estado de shock. Hundió la cabeza entre los brazos y se abrazó las piernas. Los porrazos tras la puerta se sucedían. Alejandro convulsionaba.
- No dejes que me hagan daño... sálvame... sálvame... -
- Ru... uth -
- No dejes que me hagan daño... -
- Ruth... -
Esta vez la chica separó su flequillo castaño claro para mirar a su hermano pequeño.
- Ruth... me... pica mucho... todo – el niño se había reincorporado y ahora la miraba apeteciblemente. La intensidad de los golpes tras la puerta era cada vez mayor.
Los ojos pardos del chico no tenían nada que ver con la mirada aterrorizada de su hermana. Alejandro se abalanza sobre Ruth. La puerta se abre.
Muchas Gracias por el comentario que me has dejado en mi blog, Lágrimas de tinta. Te sigo sin dudarlo!!
ResponderEliminarGracias a ti. Por un casual no habrás participado en la Jornada Mundial de estos días, no?
ResponderEliminarNo... quería ir... pero no pude :(( Y Tú?
ResponderEliminarBueno, habrá más oportunidades. Yo si fui al final, estuvo increíble la verdad =)
ResponderEliminarincreible la historia o.o quiero más
ResponderEliminarNo sabía de tu vuelta al blog!!, me alegra que te guste =), pronto subiré el siguiente.
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